lunes, 15 de diciembre de 2008

FRUTAS DE SARTÉN, DELICIOSAS FRUTAS DE INVIERNO

Como "miel sobre hojuelas" son las frutas de sartén: almojábanas, buñuelos, piñonates, riscos, rosas, sequillos, sopaipas, alfinges, angoejos, angüejos, anzuelos, arrepapalos, calentitos, carbonadas, churrascas, cohombros, enmelados, fartes, filloas, frisuelos, fritillas, gajorros, gañones, gañotes, gaznates, melindres, piñonates, gusanillos, juncadas, orejas de abad, panes aromatizados, rebozados y fritos, pestiños, churros, porras y tejeringos, roscos, rosquillos y rosquillas fritos, sombreretes, esponjas, esponjuelas y hojarascas, borrachuelos, hojuelas... Dulcería ancestral son sin duda esos delicados bocados de nuestra repostería mestiza que la joven y lozana Aldonza, de raíz sefardí, pizpireta protagonista de Francisco Delicado, exhibe en parte, en el mamotreto segundo de ese singular, entre otras cosas, compendio gastronómico del Siglo de Oro español.
Las frutas de sartén son los manjares dulces que recoge El Quijote (a la izquierda, KuanUm!, pregón de las fiestas de Primavera en Ciutadella, Menorca: Duelos y quebrantos)


Frutas de sartén que, pagadas por el rico Camacho el dia de su exhuberante boda, no pudo sin embargo degustar el bonachón Sancho Panza, acosado por un médico dietista que imponía un insufrible régimen de salud con el que Cervantes hace chanza de la medicina de herencia medieval:


"(..) Contó Sancho más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos; así había rimeros de pan blanquísimo, como los suele haber de montones de trigo en las eras; los quesos, puestos como ladrillos enrejados, formaban una muralla, y dos calderas de aceite, mayores que las de un tinte, servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zabullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba. ". Y continúa Cervantes con su relato: "Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y de todo se aficionaba: primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quién él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad los zaques; y, últimamente, las frutas de sartén, si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas(..)".
Degustando las delicias de sartén del Molino de Matazorita
Deliciosa fruta en sartén de Juan,
nuestro amigo neomolinero de Matazorita.


El romano Apicio, a quien rememoran Francisco Delicado, en boca de Lozana, y Miguel de Cervantes, en boca de Sancho, nos ofrece en alguna receta éstas mismas frutas calientes: ¿qué son, si no aquellas "ova sfongia ex lacte" que se recogen en su De Re Coquinaria ("De las cosas de la cocina", libro. 7, 13, 8), o aquellos aliter dulcia ("otros dulces") que se leen en la misma recopilación culinaria romana? Pues simplemente masas fritas, deliciosas masas fritas, con o sin huevo, leche, harinas, hasta panes reciclados –como las castellanas torrijas, en Cataluña, "torradetas de Santa Teresa", preciados dulces mediterráneos aromatizados con vino, o anís verde, ajonjolí, entre otras semillas de olor, y bañados en miel, arropes, o, andando el tiempo y con el encuentro de la dulcería árabe, azúcar de caña y después canela.



Con estos días tan frescos añoramos aquellos picatostes de pan endurecido que la abuela Emilia freía en denso aceite de oliva para que el tío Desiderio desayunara cuando venía de Mallorca, y que nuestro tío acompañaba con una taza de café de puchero que inundaba de aroma la cocina de carbón con hornillas de hierro. ¡Olor a carbón quemado avivado con teas resinosas!



¿Y las delicadas flores fritas? Por casa se conservaba un molde forjado por el habilidoso abuelo Julio en su herrería de Tébar.



¡Aaahhh, los churros!, añorados buenos churros, portadores de recuerdos del establecimiento del barrio, con su flamencona churrera al frente, que los freía y servía al cobijo de aquella pequeña caseta de chapa pintada de verde, junto al Huécar, allá en la puerta de Valencia de Cuenca, o de aquellos otros churrillos divinos, que aún pudimos comprar ensartados en sus juncos, en las calles de Madrid. Eran años de vida estudiantil, cuando al final de nuestra larga y joven noche madrileña, descendíamos con premura a las profundidades de la churrería de San Ginés para, al calor de la taza de chocolate, sentir entre los dientes ese crujir de la masa bien elaborada y frita. 


¡Que recuerdos gravados en la memoria de nuestros sentidos!, y ¡que conquistas culinarias surcaron océanos a lo largo de la historia! Y los surcaron, ¡en serio!, y para prueba un botón, y si no, aquí va la imagen que la amiga Sandra Ruano, desde Melbourne (Australia), colgó en su blog "Canguros y otras bestias boca abajo", por cierto, ¡un abrazo desde las antípodas para la pareja de amigos aventureros!


Y es que, parece que los churros son la fruta de sartén más internacional, casi intergaláctica, y si no que se lo digan al mismísimo extraterrestre Gurb, el ser protagonista de la divertidísima novela de Eduardo Mendoza    "Esperando a Gurb", que extraviado en Barcelona, decide investigar todo lo que le rodea y, entre otras cosas, se convierte en un devorador de churros. 


Habla también de ellos, para más señas, el novelista norteamericano James A. Michener, quien tras saborear una taza de chocolate con churros en un pueblo castellano, escribió aquella exagerada frase de que: "un pueblo que se desayuna cada día con chocolate con churros debería estar dispensado de demostrar su valor de otra manera".


¿Acaso Mister Michener los comería fríos y blandengues? No puede ser comparar el delicioso churro al incomible bodrio espartano, por hablar de cosas verdaderamente intragables ¿no os parece?

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